05 abril 2006

Jóvenes

Ovellocorvo
La convocatoria de una cadena interminable de concentraciones de jóvenes para celebrar “macrobotellones”, pone ante nuestros ojos una juventud cuya máxima ilusión consiste en embriagarse brutal y colectivamente. Los hemos criado blandamente, evitándoles toda clase de esfuerzo y frustraciones; los hemos privado del aprendizaje de valores menospreciando la ética y el cumplimiento del deber, abandonando la religiosidad por anticuada, devaluando la familia, frivolizando el compromiso y degradando la cultura hasta convertirla en farsa... ¿Y nos pueden sorprender los resultados?
Cuatro mil años de civilización, nos muestran que sólo hay una forma de construir: poniendo como cimientos buenos principios, entrelazando vigas y pilares con sólidos valores, levantando el presente sobre el pasado con esfuerzo y buena preparación; proyectando el futuro sobre la realidad presente y las posibilidades. En otros tiempos nuestros jóvenes luchaban con las limitaciones del momento tratando de formarse y lograr un nivel de autonomía que les posibilitara independizarse, formar una familia, criar y sacar a delante a los hijos y soñaban con tener algún día en los brazos a sus nietos.
Estudiaban la historia de su mundo para no repetir errores pasados y sentirse orgulloso de aquello que golpe a golpe, generación a generación había edificado; sentían el orgullo de pertenecer a una civilización que entre aciertos y equivocaciones se había hecho a sí misma y les acogía maternalmente; consideraban la honestidad un valor, el bien común un objetivo permanente, merecer el respeto de los demás, una grandeza. No necesitaban 'inventarse' otras metas porque tenían claro cuáles ha de ser el fin del hombre, el camino a seguir y la motivación del esfuerzo.
Hoy no todo está tan claro; nosotros no les hemos preparado para el combate con la vida, mas no toda la culpa es nuestra; ellos no han puesto nada de su parte. Se han recluido en el limbo de una infancia prolongada y ni sus protestas ni sus rebeliones adolescentes ( gestos de infantes caprichosos y malcriados) conducen a la afirmación de ninguna personalidad a conseguir la ilusión de querer cambiar el mundo ni al desarrollo de su responsabilidad y crecimiento interior.
No se dieron ni cuenta de que quien se niega a obedecer a quienes les ha dado la vida y les ha proveído de todo lo que disfrutan; quien no respeta los principios y las normas de la casa que ocupa, no es sino ingrato, egoísta y usurpador de derechos y privilegios que sólo le corresponden al que se hace acreedor del legítimo título de hijo.
Nuestros jóvenes carecen de los referentes que les posibilitan contestarse a las eternas preguntas: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿a donde me encamino? Conociendo la procedencia y la esencia, se puede proyectar y construir un futuro; pero sin ello lo único posible es el tránsito errabundo por la existencia. No es que esta juventud sea triste; es que camina a ciegas por el laberinto al encuentro de un Minotauro, sin conocer el final de la fábula.

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