Me gustan sus tetas maternales, hinchadas, preciosas, delicadas. Me gusta su carga de hormonas que dulcemente las intoxica de mimos y caprichos; la animalosidad que de ellas surge y en nosotros hacen surgir. Me gusta que se enfaden sin razón; sufrir porque están tristes y quieren abrazarte. Que griten, que se escondan, que huelan y estén incómodas. Me gusta que se quieran quedar en casa, tapadas con una manta, tomando algo caliente. Me gusta que sean mujeres, me gusta su cuerpo caprichoso y frágil. Me gusta que se arreglen, un poco de maquillaje, un peinado que destaque su cuello; pero sólo si la puedo ver despeinada, recién levantada, en pijama, con una braga vieja y deshilachada. Porque no hay nada más bello que esa sonrisa vergonzosa que ella tiene cuando sabe que no importa estar así, pero piensa que no está nada presentable.
No me gusta que a la regla la vistan de traje, le recojan el pelo y le den un globo. No me gusta que la regla sea una desgracia, ni las pérdidas de orina algo preocupante. No me gusta que la mujer no pueda disfrutar de su cuerpo privándome de sus delicias.
Me gusta que me acaricie la nuca y se ría cuando me desplomo en el sillón porque ha sido una gran jugada, porque vamos ganando, porque el partido ya lo tenemos encaminado.
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