En una clase, se nos estaba explicando Fránkenstein o el moderno prometeo de una forma que sólo ciertos profesores saben hacer; dándote remordimientos de no haber leído todavía la obra porque te la presenta como algo maravilloso, haciéndote desear pasar las páginas poco a poco. Personalmente, lamentando no haberme atrevido con el libro, que estaba en casa, que lo cogí, que lo toqué, lo miré y olí. Y por qué no reconocerlo, el miedo de aquel niño, más que al dibujo de la portada, a no poder dormir luego, era un aliciente más para pensar en el mismo como lectura para las navidades -si el libro seguía por casa, claro-.
Entonces, llegó el gran momento, el de la coleta, cual torero, se dispuso a aprovechar aquella tarde para convertirse en el más grande: "¿Y cómo muere Frankenstein?" Dos segundos de silencio, de incredulidad, de sorpresa para contener durante mucho tiempo la carcajada. El profesor, se quedó atónito, no reaccionaba, no sabía que responder y me miró -por lo menos yo lo ví mirarme- esperando que mi carcajada hiciese olvidar la pregunta. Tratar un libro sin descuartizarlo, leer citas de las últimas páginas sin aclarar nada, a pesar de que todos intuyésemos que Frankenstein tenía que morir sin ninguna evidencia presentada, para que allí, el de la coleta, le pidiese tirar todo su trabajo a la basura. Intentó cambiar la pregunta, pero el de la coleta, no perdonó: "Sí, me refiero al Doctor, claro, que qué le pasa al final del libro?" Espero que la respuesta, que no fue clara, por lo menos, no fuese reveladora.
El problema, es que se lo buscó. Llenar unas clases de citas ingeniosas, simples frases que burlan una enorma estructura racional. Enfrentar cuatro palabras con el pensamiento tiene sus consecuencias. Y si el de la coleta cree en esas cuatro palabras, ¿para qué perder el tiempo con el resto? ¿para qué leer el libro? Si lo importante es saber lo que dice -o como resuna la muerte del doctor respecto su responsabilidad no asumida-, ¿para que perder el tiempo viviendo?
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