El Cine que a mi me gusta, se hace en nuestro Oriente. Manos como las de Takeshi Kitano nunca me defraudan. La literatura también me gusta, pero la dejo más de lado porque uno también tiene que asumir su lugar en el mundo. La pintura japonesa, no me dice tanto como Magritte, pero sí me atrapa en la distancia que me impone. El idioma, no lo conozco, pero un pequeña 'introducción' al mismo, me descubre un clave más para comprender el bello lenguaje japonés.
Kitano, tiene una gran virtud, ser consciente de que hace cine; tal como lo son la mayoría de los cineastas orientales. Lo cual, lo pone por delante del cine occidental hecho últimamente por 'narradores de historias', 'conmovedores del público' u 'oráculos de Delfos'. Mi postura respecto al cine daría para un largo comentario que ahora mismo no toca, así que simplemente aceptemos esto: Kitano hace cine frente las historias que nos cuentan desde Hollywood. Y lo ejemplificamos comparando el 'making of' de Dolls (disponible en la versión DVD de la película) donde vemos a un montón de japoneses rodando una película frente cualquiera de los 'making of' de los miles que nos ofrece la triología de El Señor de los Anillos donde se nos cuenta cómo lograron crear ese aspecto que nos hace creernos la película que nos venden. Frente la necesidad de mantener al público sentado o la fuga de las críticas a la ambientación, producción o fotografía; Kitano parece centrarse simplemente en unas imágenes en movimiento, un sonido, un diálogo, una escena, un paisaje. Así, las películas de Kitano las podemos ver mientras otras sólo podemos esperar 'seguirlas'. En Violent Cop, la conversación más dramática, la confesión entre dos amigos de un deshonor, la vemos desde detrás del escaparate, con dos cristales, una calle y paseantes de por medio. Toda la película es una evasión continua de cualquier historia quedándose en un conjunto de retablos que presentan sucesos cirscundantes a ella. Así, tras lo títulos de crédito, recordamos una historia que en un segundo visionado descubrimos que no es mas que una invención del espectador. El cine de Kitano, no cuenta, es cine 'al natural'; una proyección ante la que el espectador se sienta y contempla, una proyección hecha con todas las armas que el cine permite y sin más pretenciones que la de ser cine. Así vemos esta aptitud en todo el cine oriental, donde siempre se usan todos los recursos cinematográficos sin pudor porque se trata de cine. En la introducción de Hero, una mega-producción China, reza al final de la introducción: "esta es una de leyendas..." ; pero en la sala todos hablaban de lo 'fantasma' que era la película por no mencionar comentarios imbéciles como que era 'una defensa del fascismo'. Los occidentales, estamos demasiados acostumbrados a usar la gramática para 'hablar' de cosas.
En cuanto al lenguaje literario, la referencia más amplia que tengo es Murakami Ryu. Un autor que nos impregna sus páginas, nos ensucia de sangre de pescado y de sofoco de tal manera que nos vemos obligados a ducharnos como desearían hacerlo sus personajes. Con un lenguaje tremendamente descriptivo derrumba todo recuerdo de historia por imágenes y sensaciones; no recuerdo qué hacían aquellos niños recogiendo melocotones en el vertedero, pero sí que recuerdo aquellos melocotones. En la literatura, dónde nos puede parecer que es imposible evitar la historia dentro del género de la novela, Murakami no reniega de ella, pero sí que la somete al lenguaje y a la fragmentación de la vida en momentos. Kyoko es considerada su novela más positiva. La positividad de la misma está en el agradecimiento, en lo que los otros pueden hacer por nosotros, la importancia de las pequeñas hazañas. En la intimidad de la novela Kyoko se muestra como una heroína carente de protagonismo; el individuo que vence a través de la alineación de sí mismo en los otros, el agradecimiento del otro como afirmación de la propia existencia. Un mensaje tremendamente positivo, pero un lenguaje atronador, una historia hollywoodiense, la siempre recurrida relación entre la alumna y el profesor de baile: Dirty Dancing, Baila conmigo... pero en este caso no hay amor, sólo agradecimiento, mucho más importante. El baile en manos de un 'marine' cubano y una delicada camionera, unidos sólo por dos momentos en la vida de cada uno. Una historia de miserias envuelta por lo que podría ser 'glamour', una historia que se escapa del lector a través de los prejuicios. Coin Locker Babies recorre el camino de dos niños con el mismo origen pero antagónicas disposiciones vitales, con distintos modos de afrontar el mismo 'trauma'. Y la historia, una vez más, choca contra un juego de retablos. Personajes secundarios y sensaciones de los 'protagonistas', el transcurrir sometido a lo que el lenguaje nos puede contar. Murakamy parece mantener la misma obstinación que Kitano en dejar de lado la historia, porque eso es lo que el espectador quiere y tendrá que luchar por ello. Lo importante es la propia práctica, lo que no nos cansa es estar en el propio lenguaje.
Hace poco leía una pequeña leyenda japonesa. Habla de un maestro espadachín poseedor una espada mágica que lo hacía invencible. Tan importante bien decide legarlo a su mejor discípulo, para ello hace una criba de sus diez mejores discípulos y los entrena duramente para reconocer entre ellos al mejor. Al encontrar al elegido lo llama para entregarle la mágica espada, pero este, tras tenerla entre sus manos se la devuelve agradecido porque prefiere seguir practicando. Como él, los otros nueve, llegado su momento, reniegan igualmente de la espada. ¿Muestra esto un respeto por el medio que en Occidente hemos perdido? Murakami y Kitano, respetan la parte práctica de sus respectivos campos, el lenguaje tanto cinematográfico como el literario. Sus novelas y sus película son salvadas de ser el fin de su trabajo al relegar al espectador parte del mismo; se constituyen como un medio de 'disfrute' por ser inacabadas. Incluso Hana-bi y Coin Locker Babies con sus finales 'apocalípticos' no se cierran porque están abiertas a demasiados personajes, a ser simples sucesos dentro de algo mucho mayor.
Lo más curioso, lo que me ha llamado a escribir este comentario, es descubrir en el idioma japonés una carencia gramática. Mis conocimientos sobre el mismo son muy limitados, todavía en el grado de nulidad, y tal vez sea totalmente equivocada mi idea. Pero la sensación, de calma y reposo, de felicidad, no la puedo evitar. Veo en el japonés un idioma simplicadamente nominalista, un idioma capaz de páginas tan bellas como las dos primeras de A discurse by three drunkards on government de Nakae Chomin. Sólo he leído una traducción al inglés, pero la simplicidad de las frases y el vocabulario resulta deliciosa, y juntándolas con mis suposiciones sobre el idioma original me hace soñar con la armonía de palabra y cosa que tanto me falta en otros escritos.
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