En una plaza salmantina, sobre una pared color rioja, reza la tiza sobre la feminidad de ella. Yo, siempre que paso delante, sonrío.
Sonrío por la letra caligráfica que se ha usado, llena de inocencia pueril. Sonrío porque el blanco de la tiza y la opacidad del rioja, recuerdan a un encerado; parece la frase dictada por una maestra. Sonrío porque me parece una frase inspiradora, amorosa, alagadora.
Al irme pienso quién la habrá ideado, y temo que sea un extracto de una canción. Temo que si la leyese en un papel, en medio de una poesía, en medio de una novela, en medio de un corazón, tal vez me pareciese hortera, sencilla, sosa y evidente. Pero nunca la he visto en esas condiciones, sólo la he visto encima de la opacidad, perdida en un plaza enorme, camino del supermercado, escrita por el gesto de un niño.
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