Cuenta Platón en el Banquete, que en el principio de los tiempos existían tres clases de seres humanos: hombres, mujeres y los andróginos, que eran ambas cosas a la vez. Estos tenían cuatro brazos, cuatro piernas, dos caras y por supuesto dos sexos.
Eran los seres más hermosos, los más inteligentes, los más rápidos en la carrera... y por ello eran los preferidos de los dioses.
De su perfección nació su pecado, un pecado de vanidad que los llevó a vivir dolorosamente por los siglos de los siglos.
Tan orgullosos estaban de ser superiores que concibieron la idea de instalarse en el Olimpo, sin reparar en que esa residencia estaba reservada exclusivamente a los dioses.
Júpiter, irritado por la osadía de los andróginos pensó en fulminarlos con su divino rayo; pero luego, conmovido por la perfección de estos seres, resolvió separarlos haciendo de cada uno, un hombre y una mujer.
La mitología da respuestas simbólicas y poéticas a los grandes temas que preocupan al hombre. Y la da no sólo de forma poética, bella, mas en lenguaje connotativo, sugerente, invitando a la reflexión y a la reinterpretación del mensaje hasta encontrar la respuesta personal a la íntima inquietud personal.
En este caso trata de explicar la angustia de la soledad, la atracción de los dos sexos, la perfección y plenitud que se logra con el amor, a semejanza de los dones de los primitivos andróginos.
No se queda aquí detenido el sentido del relato: su exploración nos lleva a comprender mejor el misterio de la atracción mutua hombre-mujer, la recreación de la persona que vemos como complementaria de nuestra esencia, la dificultad de discernir cuál ha de ser el compañero idóneo y el indicio de los éxitos/fracasos de esta hermosa caminata que nos lleva por el sendero de compartir la vida.
Queda sugerida la fuerza, la energía y la perfección de ese equipo formado por dos seres que se aman, que comparten anhelos y luchan por una meta común; de complementariedad, de asistencia, de consejo, de apoyo, de motivación y de afirmación. Se percibe la posibilidad de la divergencia y aun de la incompatibilidad: es tan difícil identificar la parte que no hemos podido ver nunca, pero es a la vez tan reconfortante saber que ese complemento ideal existe que brota en nosotros una fuente inagotable de energía para salir a descubrirla.
Se comprende que en esta pesquisa ciega no siempre se acierte a encontrar “la otra mitad”, o se prefiere, casi nunca, por lo que no resulta improbable que la pareja resulte inviable; de ahí la importancia de poner atención y ser cuidadosos en el momento de tomar las decisiones.
Y un último apunte: las dificultades de encontrar la “otra parte justa”, la que con nosotros constituía la unidad “andrógina” siguen estando presentes tanto en el primer intento como en el segundo, en el tercero o en el quinto. Nada nos garantiza que a una equivocación siga un acierto. Lo acertado, a veces, consiste en no obsesionarse con hallar a la persona justa, más en ir con amor, paciencia y diálogo limando las aristas que hieren y dificultan la conjunción.
1 comentario:
No creo que haya que confundir dos aspectos diferentes, que sería el lenguaje mítico y el mito. La mitología surge de un movimiento práctico, dar explicación a los fenómenos. En su momento, cumplía el mismo papel que el racionalismo actual.
El lenguaje mítico es un producto posterior, se trata de las dificultades en la compresión del mito para los modernos, el choque que nos supone un lenguaje abierto a los matices.
Es importante señalar esto porque, por ejemplo, el japonés es un lenguaje mítico sin necesidad de contar mitos; pero también podríamos pensar en la Física Newtoniana como un mito (siempre que no limitemos el mito a un esquema literario y rebusquemos en el propio concepto).
Con esto quiero decir que me parece demasiado osado afirmar que el mito nos da respuestas. Yo apelaría a una interpretación del mito para cotejarlo como respuesta antes de darle autoridad de por sí.
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