"No cambies; sigue siempre así..."
Esta frase salida de labios adolescentes, en tonalidad dulce pero apasionada, y al brillo de una mirada intensa de ojos oscuros, me sobresalta y despierta en mí un sentimiento dormido de ilusión y esperanza en la cotidiana labor.
En otros tiempos estaba entusiasmado y convencido de la trascendencia de mi actividad profesional en la mejora de las expectativas de niños y jóvenes. De algún modo hacía mía aquellas palabras que sentenciaban que la educación era la palanca más poderosa para el mundo y mejorar a los grupos sociales a través del perfeccionamiento de cada individuo. Esa ilusión y esa fe ciega (al menos en el sentido de que no se me ocurría poner en cuestión mis creencias) en la trascendencia y eficacia de la labor docente me llevaban cada día a entusiasmarme y a multiplicarme tratando de encontrar en cada momento las estrategias y los recursos de contagiar entusiasmo, experiencia y conocimientos para despertar en los niños el afán por aprender, la energía para analizar, reflexionar y construir nuevos caminos en la solución de los problemas, la confianza en las propias capacidades y en la eficacia de la tenacidad.
El paso de los años, las heridas de tutores, padres y compañeros que temerosos, decían, de que mi
ímpetu dañase las frágiles mentes y perezosas voluntades de sus pequeños han intentado crearme problemas y amargarme la existencia; y los resultados cada vez más cortos, quizá por la pérdida de energía, ilusión o el clima de comodidad instaurado en nuestro medio social, han ido borrando de mi espíritu la confianza en el poder redentor de la labor educativa, han cortado las alas de mis sueños y han roto el ímpetu de mis palabras. La fe de antaño se ha vuelto duda, la fuerza del entusiasmo en caminar cansino y la creatividad de estrategias y recursos en acomodaticia inercia. Si a esto añadimos las convulsiones de esta civilización decadente que ha sustituido el altruismo por el interés inconfesable, la generosidad por el aprovechamiento y el idealismo por la ganancia, no debería de sorprender que me resultase inusitado que mis parcos recursos fuesen de utilidad para alguien y que ese alguien no sólo aprovechase de ellos, mas sintiese el necesario impulso de tener que manifestar gratitud y el deseo de que otros pudiesen contar con esa mano tendida.
Gracias Mary, con el corazón me expreso.
Si tú me has acogido como a una voz amiga, si has escuchado mis consejos con la confianza con la que escuchamos a un padre, si lo poco que yo te pude aportar te sirve para ser más tú y más persona, es que aún queda esperanza de que mis débiles fuerzas puedan ser útiles a alguien y esa esperanza me dará energía para tratar de rejuvenecer en mi trabajo.
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